domingo, 14 de octubre de 2012

mmmmmmmmmmmmmmm...

 Vacilé en tu almohada tres minutos más hasta que quedaste sumido en un sueño profundo. En ese instante me levanté, cogí tu camisa como deseaba hacer desde que lo vi en aquella película y me paseé por tu casa con ella mientras me miraba al espejo y me daba cuenta de que ya formaba parte de ti. Tu olor impregnado en la camisa me recordó porqué me ponías tanto, porqué me gustaba tenerte dentro de mí y porqué tus suspiros me resultaban de lo más coqueto y sensual que jamás había probado.

 Me la quité y volví a ir a la cama donde yacía tu cuerpo desnudo y soñoliento. Te miré sin respirar casi un día entero, no me cansaba estar a tu lado observándote y empapándome de todo tu yo, recordando cómo empezamos.

  Todo fue aquella tarde del mes de octubre, no una tarde cualquiera sino esa en especial en la que te vi y sentí que tu yo debía formar parte de mi ello. Aquella tarde en la que conocí tu nombre a pesar que ya no me acuerde de él...

  Me da igual cómo te llamas, de dónde de vienes o porqué estabas ahí en ese justo instante. Creo que nadie puede saber quién es y nadie sabe dónde está, por lo que no quise indagar en algo en lo que sabía no había respuesta alguna.

 Tú también me miraste y esa reciprocidad tan añorada resultó ser fruto de un sentimiento que no se sació hasta meternos los dos en el baño y...hasta que follamos como perros. Preferiría usar otro animal, pero la frase ya está hecha así que este símil me es válido para que entiendas cómo lo sentí yo.

Lo hicimos cientos de veces hasta sentir una saciedad casi completa y darnos cuenta que no necesitábamos más que una copa de vino, tras otra, una charla existencial en la que nos dábamos cuentas que nada tenía sentido fumando un cigarro tras otro.

Cayó el atardecer de ese intenso día y con él muchos pensamientos ambiguos y rezagados que no venían a cuento. Se quedaron atrás muchas cosas, pero la soledad siguió acompañándonos.

Así, día tras día.

Por fin te despertaste, me miraste y te diste cuenta de que ya no estaba yo, ya era alguien combinado contigo, no aquella  que no sabías quién era y no te importaba, era alguien que formaba parte de ti, y eso no te gustó, a mí tampoco. Quizás habíamos caído en el enredo de perder nuestra libertad y dejar llevarnos en exceso por nuestro superyó y caer en el conflicto del ello y el yo.

Te dije adiós, de repente, me dijiste nunca jamás, y me penetraste como si fuera la última vez, así fue, la última, y nos fundimos sin llegar a formar uno hasta que cada uno se fue por su lado.


Hasta luego.