domingo, 21 de junio de 2015

Oda a la con-VIVENCIA

No hay nada en el frigorífico.
No hay nada en la cocina.
No hay nada en los armarios.
No hay nada.
Pero está todo.
El olor del café,
Las manchas de grasa retestinada,
La mierda en las esquinas,
Las costras en la vitrocerámica,
Los senos llenos de platos sucios,
No hay nada.
Pero está todo.
Todo lleno de moho y telarañas,
mosquitos que acompañan,
el suelo pegajoso, pero no, no hay nada.
Hay soberbia en el ambiente,
daños inherentes,
hay palabras vacías
gestos fútiles de gran apego,
pero no hay nada, pero está
T-O-D-0.
No hay nada en tu mirada,
sucia y atormentada por tus infancias,
pero está todo.

Dinero rastrero e insultos disfrazados de traumas.
No hay nada en tu retórica, nada, pero está todo.

Me desarmaste o me desarmé, no lo sé,
rompí el último escalón que me dejaste para poder no caerme.
Y me caí, me rompí en diez mil.
no había nada, pero lo había todo.
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Sábanas,
calzoncillos y bragas
que andan llenos de humedad,
olor putrefacto que rompía mi armonía
mi atmósfera, mi clima. Clímax decisivo para ir la ansiedad y yo cogidas de la mano.

Gracias, aprendo, aprendí, aprenderé y porque no quedan más tiempos que el pasado futuro y presente, del que vivo y viviré. No me aferro. Ahora lo estoy haciendo. Lo siento.

Es verdad.
No hay nada.
Pero lo hay todo.
Llegas tarde, enhorabuena.
No trabajas, qué pasada.
Faltas al respeto, me entretengo, qué grande.
Tu tiempo es más importante.
Un banco de horas me regaló en exceso unas cuantas para poder esperar los minutos de tus nadas y de tus todos.

No hay nada, pero lo hay todo.

viernes, 29 de mayo de 2015

mi primer lunar


Huele a orín en mi mochila. 

Será por los melocotones que chocan contra la luna preñada de imperfecciones. 
Están tan maduros que su putridez llora lágrimas encendidas por la noche. Y se esconden tras las sábanas y no dan néctar, imposible. Dan miedo, eso sí. 
Por eso huele a orín.

Huele a orín en mi vientre. 
Será por las uñas anquilosadas por su crecimiento que se separan en capas para llegar al epicentro. Están tan rotas que no cortan, ni se cortan, se desvanecen entre la niebla arenosa de tu mente. 
Por eso huele a orín. 

Huele a orín en tu plato. 
Será por tus ojos que miran infinito y ven la nada, respiran caricias ensangrentadas por tu constancia, que no sirve de nada. Ellos respiran la marea suave y cansada de tu retina. 
Por eso huele a orín.

Huele a orín en tus palabras. 
Será por la luz que tanto atisba tus palabras. Tan reales y vacías, tan mentiras y agotadas que no dicen nada. Así van, volcándose al precipicio de la cascada de tus gramáticas. 

Por eso huele a orín. 

(Mientras la luna revienta a parir).

martes, 12 de mayo de 2015

brrr

Resurgí para crecer de entre la arena y sus caricias me bloquearon hasta lo más oscuro de las agujas del reloj. Mentí para morir entre los arbustos y así conseguir sus notas frustráneas de trompeta y ritmo. No quise de ti nada hasta que dejé de conocerte y olvidé que existías en la luna manchada por tus flujos cerebrales que me salpicaban hasta la úvula del arco de nuestras teclas. Me agarré a las telas de tu vello que lanzaba en picado hacia la reina. Y golpeé al desfase de nuestra armonía tumbada en la orilla de esa playa que tanto me hiciste soñar, que tanto me hiciste recordar. Volví. Volví allí y perdida por culpa de las semillas de café, olí tu perfume corporal intrínseco a tu no ser, a tu ser, que no existes, a tu estar que se remueve en mi estómago hasta lanzarme sus arcadas matutinas por volver a la vida. Las sábanas amarillas del tiempo, oxidadas como cuando estamos tú y y... dentro del cenicero nuestro amor. Nuestro dolor y nuestro tenor. Que cantaba al compás del cojín roto con su algodón que se desbordaba del sí y de nuestra distancia. Que ya no eran kilómetros sino cigarros los que nos separaban y aún así el frío esbozaba nuestra templanza en la mirada, lo sereno, lo cobarde, el tiempo. El tiempo se mueve como concepto en el dinamismo de nuestras bocas que rezuman peste porque ya están putrefactas de nuestras sonrisas retestinadas y destinadas al volcar. 

Vente aunque andes inmerso en un mundo de sueños rotos por la flacidez de tus pestañas y abrázame con los oídos y con tus palabras amelocotonadas  que conseguiste aquel verano. Ya no hay, por ahora no lo estamos, pero dentro de poco las lágrimas saltarán dando pisadas en el mármol de tu cara. Todo se resume en pecho y alma, en limón y carcajadas, en gritos y bocanadas. Me querré en mi próxima vida mientras tanto me aguanto y me siento en la parada del hemisferio de tu  tinta y así el filtro inspira mejor.