viernes, 29 de mayo de 2015

mi primer lunar


Huele a orín en mi mochila. 

Será por los melocotones que chocan contra la luna preñada de imperfecciones. 
Están tan maduros que su putridez llora lágrimas encendidas por la noche. Y se esconden tras las sábanas y no dan néctar, imposible. Dan miedo, eso sí. 
Por eso huele a orín.

Huele a orín en mi vientre. 
Será por las uñas anquilosadas por su crecimiento que se separan en capas para llegar al epicentro. Están tan rotas que no cortan, ni se cortan, se desvanecen entre la niebla arenosa de tu mente. 
Por eso huele a orín. 

Huele a orín en tu plato. 
Será por tus ojos que miran infinito y ven la nada, respiran caricias ensangrentadas por tu constancia, que no sirve de nada. Ellos respiran la marea suave y cansada de tu retina. 
Por eso huele a orín.

Huele a orín en tus palabras. 
Será por la luz que tanto atisba tus palabras. Tan reales y vacías, tan mentiras y agotadas que no dicen nada. Así van, volcándose al precipicio de la cascada de tus gramáticas. 

Por eso huele a orín. 

(Mientras la luna revienta a parir).

martes, 12 de mayo de 2015

brrr

Resurgí para crecer de entre la arena y sus caricias me bloquearon hasta lo más oscuro de las agujas del reloj. Mentí para morir entre los arbustos y así conseguir sus notas frustráneas de trompeta y ritmo. No quise de ti nada hasta que dejé de conocerte y olvidé que existías en la luna manchada por tus flujos cerebrales que me salpicaban hasta la úvula del arco de nuestras teclas. Me agarré a las telas de tu vello que lanzaba en picado hacia la reina. Y golpeé al desfase de nuestra armonía tumbada en la orilla de esa playa que tanto me hiciste soñar, que tanto me hiciste recordar. Volví. Volví allí y perdida por culpa de las semillas de café, olí tu perfume corporal intrínseco a tu no ser, a tu ser, que no existes, a tu estar que se remueve en mi estómago hasta lanzarme sus arcadas matutinas por volver a la vida. Las sábanas amarillas del tiempo, oxidadas como cuando estamos tú y y... dentro del cenicero nuestro amor. Nuestro dolor y nuestro tenor. Que cantaba al compás del cojín roto con su algodón que se desbordaba del sí y de nuestra distancia. Que ya no eran kilómetros sino cigarros los que nos separaban y aún así el frío esbozaba nuestra templanza en la mirada, lo sereno, lo cobarde, el tiempo. El tiempo se mueve como concepto en el dinamismo de nuestras bocas que rezuman peste porque ya están putrefactas de nuestras sonrisas retestinadas y destinadas al volcar. 

Vente aunque andes inmerso en un mundo de sueños rotos por la flacidez de tus pestañas y abrázame con los oídos y con tus palabras amelocotonadas  que conseguiste aquel verano. Ya no hay, por ahora no lo estamos, pero dentro de poco las lágrimas saltarán dando pisadas en el mármol de tu cara. Todo se resume en pecho y alma, en limón y carcajadas, en gritos y bocanadas. Me querré en mi próxima vida mientras tanto me aguanto y me siento en la parada del hemisferio de tu  tinta y así el filtro inspira mejor.