Esta es la carta que nunca te envié. Esta es la nota de audio que nunca escuchaste, esta es la paloma mensajera que nunca te llegó y estas son las palabras que nunca tuve el valor de cantarte.
Estas son las palabras que nunca te tatuaste e incluso estas son las letras que nunca vomitaste, y que yo tampoco he podido.
Me se el remitente pero no se si la nota es aguda o grave, no sé si los dedos se colocan en la izquierda del teclado o en la derecha, tampoco se cómo saben ni como lo haces tú.
A veces te recuerdo en el bosque más lejano y oscuro de toda la montaña, quieto, mirando hacia abajo, abrigado y con la bufanda que recorría tu cuello y parte de tus labios.
Te recuerdo queriendo tener la guitarra en la mano pero tarareando una melodía gallega que a mí me parecía germana. También te recuerdo muerto entre los arbustos, desnudo y recién aseado. Con una pulcritud que ningún cuerpo jamás había visto, como si fueras un dibujo, una línea en la atmósfera verde y ocre que nos rodeaba. De cualquier manera cuanto más me acercaba a ti, más lejos me parecía que estabas y yo me iba derritiendo poco a poco hasta convertirme en una gota que en este lugar tan frío se evaporaría a las horas. Yo perecía a lo largo del matorral y tus susurros se desvanecían en mis oídos como un atardecer en las playas de Faro. Portugal donde ahora reside mi alma y la tuya. Quizás Madrid e incluso Berlín.
Tu querías dejarte marchar, yo quería dejarte largar pero siempre, desde lo lejos te volvía a encontrar y sentía que mi polo negativo tenía una extraña fuerza que se acercaba hacia el tuyo, positivo o negativo.
No sé si era martes, o jueves.
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